viernes, 4 de junio de 2010



Maestro sin par del arte pictórico, el sevillano Diego Velázquez adornó su carácter con una discreción, reserva y serenidad tal que, si bien mucho se puede decir y se ha dicho sobre su obra, poco se sabe y probablemente nunca se sabrá más sobre su psicología. Joven disciplinado y concienzudo, no debieron de gustarle demasiado las bofetadas con que salpimentaba sus enseñanzas el maestro pintor Herrera el Viejo, con quien al parecer pasó una breve temporada, antes de adscribirse, a los doce años, al taller de ese modesto pintor y excelente persona que fuera Francisco Pacheco. De él provienen las primeras noticias, al tiempo que los primeros encomios, del que sería el mayor pintor barroco español y, sin duda, uno de los más grandes artistas del mundo en cualquier edad

LAS MENINAS
De entre los retratos que realizó de la familia real, hay uno que goza de inmensa fama, y se ha convertido en el paradigma de la obra del pintor: Velázquez y la familia real o Las Meninas. Este cuadro, que ha dado lugar a multitud de interpretaciones, tiene como marco espacial la habitación más importante del apartamento del palacio Real en el que vivía el pintor. En la obra aparece el mismo Velázquez frente al caballete con la cruz de la Orden de Santiago, aunque la distinción fue añadida después a su muerte por orden del rey, ya que Velázquez todavía no la había recibido cuando pintó el cuadro.
En el fondo de la habitación, un espejo refleja la imagen del rey y de la reina; en el centro aparece la infanta Margarita acompañada por dos doncellas reales, y a la derecha del cuadro, en primer plano, figuran la enana Mari-Bárbola y el enano Nicolás de Pertusato, que intenta despertar con el pie a un mastín tumbado en el suelo. Detrás de este grupo hay dos figuras y finalmente, al lado de la escalera, vemos al mayordomo de la reina.
Detalles de Las Meninas (1656)
La composición es de una gran complejidad y constituye un extraordinario ejemplo de pintura de una pintura: los reyes se representan indirectamente, vistos a través de un espejo, mientras que por lo que respecta a los protagonistas de la obra, la infanta y sus acompañantes, no se sabe si son el tema del cuadro en que está trabajando Velázquez o bien si están mirando pintar al artista. Por último, el espectador se siente incluido en el espacio del cuadro, ya que el espejo con las imágenes de los reyes le hace suponer que están contemplando la misma escena que él pero a sus espaldas. Dicho de otro modo, el espectador ocupa ilusoriamente el lugar de los retratados, el lugar de los reyes, y este hecho ha dado pábulo a incesantes especulaciones. Desde el punto de vista de la factura, es una obra de prodigiosa ejecución, incluso dentro de la pintura del artista. Las pinceladas son como toques de luz que modelan los vestidos y los cuerpos, dotándolos de una gran vivacidad.
Por empeño personal de Felipe IV, Velázquez recibiría, un año antes de morir en Madrid el 6 de agosto de 1660, la preciada distinción de caballero de la Orden de Santiago, un honor no concedido nunca ni antes ni después a pintor alguno. Y aunque, al demoler la iglesia, nadie recordaba que sus restos habían sido sepultados en la Parroquia de San Juan Bautista, cuando en 1990 se organizó una magna retrospectiva de su obra en el Museo del Prado, miles y miles de personas llegadas de todos los puntos cardinales afluyeron incesantemente para reír el gesto idiota del bufón Calabacillas, admirar la pincelada que plasma el vestido de una infanta, interrogar la estampa ecuestre del conde duque de Olivares y respirar el aire penumbroso del siglo XVII aquietado e inmortalizado en los cuadros de Velázquez.

jueves, 3 de junio de 2010

claudio coello


(Madrid, 1642-id., 1693) Pintor español. Se le considera el último gran pintor de la escuela madrileña del siglo XVII. Artista dotado de un gran dominio del pincel y excelente colorista, en su obra se advierte la influencia de los pintores venecianos, en particular Tiziano, a los que estudió en las colecciones reales.
Se formó en Madrid con Francisco Ruiz, de quien heredó el gusto por las composiciones escenográficas y monumentales. En 1686 sucedió a Carreño como pintor del rey (ya trabajaba en la corte), y a partir de entonces realizó una cumplida serie de obras de temática religiosa que culminó en La adoración de la Sagrada Forma, su realización más conseguida.
El mérito de este cuadro reside en que combina la temática religiosa con el retrato, así como en la arquitectura que enmarca la escena; en ella se ve a Carlos II y su corte (una magnífica galería de retratos) en la sacristía de El Escorial (recreada con una perspectiva de tipo ilusionista) en un acto de adoración de la Sagrada Forma. Se trata, sin duda, de una obra muy original, que proporcionó al artista un éxito considerable, pese a lo cual no fue elegido para ejecutar un importante programa decorativo en El Escorial, obra que le fue encomendada al italiano Luca Giordano.
Este fracaso entristeció a tal punto al artista, que en lo sucesivo sólo trabajó en la catedral de Toledo, donde decoró al fresco el techo de la sacristía, y en la madrileña casa de la Panadería, en la cual realizó decoraciones, también al fresco, que se cuentan entre lo mejor de su obra. Cultivó casi exclusivamente la temática religiosa y el retrato, género este último en el que mostró particular habilidad.

francisco de zurbaran


Francisco de Zurbarán nace en el año de 1598 en el pueblo pacense de Fuente de Cantos, hijo de un mercero que le enviará antes de cumplir veinte años a Sevilla, a estudiar con el pintor Pedro Díaz de Villanueva. Una vez completado su aprendizaje, que no durará mucho, Zurbarán regresará a su Extremadura natal, a la localidad de Llerena, donde contraerá matrimonio por dos veces y se establecerá, hasta la fecha de 1626 en que es reclamado a Sevilla para llevar a cabo la ejecución de un importante encargo.
La orden de los Dominicos deseaba una serie de cuadros acerca de la vida monástica para su convento de San Pablo, convirtiéndose la buena realización de los mismos en el detonante para la consecución de otro encargo más, proveniente en este caso del convento de la Merced en 1628, transmitiendo el Ayuntamiento de Sevilla al pintor, un año más tarde, su deseo de que se instalara de forma definitiva en la ciudad, siendo aceptada la propuesta por éste.
Lo cierto es que Zurbarán gozó de fama en su época, algo que propició que nunca le faltaran los encargos, en mayor o menor medida, los cuales se sucedieron a lo largo de los años en forma de peticiones de grandes series pictóricas por parte de diversas órdenes religiosas (Jerónimos, Cartujos…), aunque también llegará a enfrentarse al tema mitológico durante la breve estancia que pase en Madrid participando en la decoración del Palacio del Buen Retiro, no saliendo demasiado airoso de esta prueba, y al género del bodegón, del que se revelará maestro.
Hacia la mitad de su vida la desgracia le alcanzó en la forma de la defunción de su segunda esposa (tras lo que se volvió a casar), una disminución de trabajo y el sufrimiento de la peste de 1649, que se llevará a uno de sus hijos, Juan el pintor.
Además, con el paso de los años Francisco habrá de ser testigo de cómo el nuevo estilo de un cada vez más apreciado Murillo se va imponiendo poco a poco, en detrimento de su propia elección. Finalmente decidirá partir de nuevo a Madrid a la vera de su amigo Velázquez, instalándose de forma definitiva hasta su muerte en esta ciudad, casi una década después y rodeado de estrecheces económicas, en el año de 1664.

alonso cano


Alonso Cano nace en 1601 en Granada, de padre retablista que decidirá la mudanza de la familia a Sevilla cuando el hijo cuente alrededor de doce años. Será en esta ciudad donde este versátil artista, pintor y autor de diseños para arquitectura, realice su formación como escultor, aprendiendo al lado de Martínez Montañés, y como pintor, durante un breve periodo, de la mano de Pacheco, cuya condición de maestro de Velázquez convertirá a ambos muchachos en condiscípulos.
De esta inicial etapa andaluza data su primera obra fechada, un cuadro que representa a San Francisco de Borja (1624), además de una temprana e importante colaboracion en la Iglesia de Santa María de Lebrija (1629), diseñando y esculpiendo las piezas para el retablo de su altar mayor.
Alonso va a residir en Sevilla hasta el año de 1638 en que se traslade a Madrid, donde realizará un descubrimiento que resultará clave en su producción posterior: las grandes colecciones de grabados y dibujos del rey.
Su fama en la Corte será tal que, además de trabajar como pintor de cámara del Conde-Duque de Olivares, recibirá el encargo, junto a Velázquez, de seleccionar nuevas obras para el incendiado Palacio del Retiro y restaurar algunas de las dañadas.
Lo cierto es que su vida fue bastante inquieta (aunque en su serena obra no se aprecie dicha circunstancia), llegando incluso a verse obligado a abandonar la Corte acusado de haber intervenido en el asesinato de su segunda esposa.
Cano optará por retirarse a un exilio forzoso, Valencia en estos momentos (1644), donde permanecerá durante un corto periodo de tiempo antes de regresar a Madrid. Es fInalmente en esta ciudad donde se decanta por la pintura y se puede apreciar un cambio en su estilo, ahora mucho más delicado, que ya en su etapa sevillana había iniciado un viaje por la senda del clasicismo.
Hacia 1652 regresará a su ciudad natal, donde permanecerá hasta su muerte en 1667, recibirá el cargo de racionero de la Catedral de Granada y llevará a cabo parte importante de su producción en la capilla mayor de la misma con una obra mariana seriada.

jose churrigueray familia


Jose Simón Churriguera (Barcelona?, ?-Madrid, 1682) y sus hijos José Benito (Madrid, 1665-id., 1725), Joaquín (Madrid, 1674-Salamanca o Plasencia, 1724) y Alberto (Madrid, 1676-Orgaz, España, 1750). Familia de arquitectos y escultores españoles, activos en Castilla durante los siglos XVII y XVIII. José Simón Churriguera nació en el seno de una familia de artistas y se estableció en Madrid hacia 1664, donde nació su hijo José Benito Churriguera, el principal escultor y arquitecto de la familia, al que se debe la denominación de estilo «churrigueresco» que se aplica a las obras realizadas por él y por algunos de sus hermanos, en las que el recargamiento decorativo es lo esencial y domina sobre los elementos sustentantes hasta el punto de ocultarlos en algunos casos.
Trabajó en Segovia (capilla del Sagrario de la catedral) y en Madrid (catafalco de la reina María Luisa de Orleans), antes de establecerse en 1692 en Salamanca, donde fue maestro mayor de la catedral nueva y esculpió multitud de retablos, a los que debe esencialmente su fama; entre todos ellos, destaca el retablo mayor del convento de San Esteban, una de sus obras maestras. Proyectó más tarde el palacio de Goyeneche (hoy Academia de San Fernando) y el complejo urbanístico de Nuevo Baztán (1709-1713), modelo paradigmático de la planificación urbanística de la época.
Su hermano Joaquín Churriguera, arquitecto y escultor, dejó obras en Salamanca (en particular, el colegio de Calatrava) y en León. Como retablista (retablo mayor del convento de Santa Clara de Salamanca, retablo del Tránsito de la Virgen de la catedral de Palencia) se le deben obras complicadas, de estilo fastuoso y espectacular escenografía.
Alberto Churriguera, hermano de los anteriores, después de realizar la sacristía y el coro de la catedral nueva de Salamanca (1724), se ocupó de la magnífica plaza Mayor de Salamanca, concluida por A. García de Quiñones en 1755.

el escorial


Decidido a fundar el Monasterio, Felipe II inició en 1558 la Búsqueda del lugar idóneo para su emplazamiento, que fijó a finales de 1562 en El Escorial. La obra según el proyecto o "traza universal" de Juan Bautista de Toledo. En 1571 la parte destinada a convento estaba ya casi concluida; en 1572 se comenzó la Casa del Rey y en 1574 la Basílica, consagrada en 1595, fecha en que puede considerarse finalizada la obra, aunque la última piedra se colocara en 1584 y la tarea decorativa se prolongase algunos años. El Rey supervisó personalmente toda la construcción, de la que eran responsables el arquitecto, el prior y dos comisiones. El arquitecto era nombrado directamente por el Rey y sólo a él tenía que dar cuenta de su trabajo y no al prior, que por lo demás era la máxima autoridad de la obra.
El Escorial no puede considerarse obra de un solo arquitecto, sino fruto de una compleja colaboración en la que destacan dos proyectistas: Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera. Al primero, que había trabajado en el Vaticano como ayudante de Miguel Ángel, le corresponde la disposición de la planta general y la mayor parte de las trazas. Durante el periodo en el que el segundo dirigió las obras se edificó casi todo el conjunto, incluidas diversas partes que no habían sido diseñadas por Toledo. Teniendo en cuenta las numerosas consultas realizadas a otros arquitectos italianos y españoles para llegar a las síntesis finales, hay que considerar que la obra de El Escorial es una emanación particularísima del carácter de Felipe II. Tampoco hay que olvidar la importancia de los maestros de obra y aparejadores como Fray Antonio de Villacastín, Pedro de Tolosa, Diego de Alcántara o Juan de Minjares. Discípulo de Herrera y continuador de su tarea a partir de 1583, fue Francisco de Mora.
A partir de entonces El Escorial ha sido obra de continuas reformas y reconstrucciones; Felipe III inició la obra del Panteón. Felipe IV lo terminó y enriqueció la colección de pintura. Carlos II mandó reconstruir el monasterio a Bartolomé Zumbigo tras el incendio de 1671. A partir de 1767, Carlos III ordenó la urbanización del lugar construyendo las casa nuevas de la Lonja y las casitas del Príncipe y el Infante. A Carlos IV se debe la remodelación de la fachada norte y la decoración del Palacio de los Borbones.
En los siglos XIX y XX , con las leyes desamortizadoras, los bienes fundacionales del Monasterio pasaron a manos de la corona. El Monasterio se destinó a diferentes usos religiosos hasta su adscripción a los monjes agustinos en 1875.

DESCRIPCIÓN Y PARTES DEL MONASTERIO

Contemplado desde fuera, el monasterio de El Escorial parece una enorme estructura horizontal, cerrada y hermética, salpicada por los acentos verticales de las torres que rodean la cúpula central. Construido en granito, su masa gris se caldea alcanzando tintes dorados en sus fachadas meridional y occidental. Los tejados, realizados a base de pizarra, resplandecen como si se tratara de muros de plata inclinados. El carácter sólido y cerrado se acentúa todavía más por la relativa pequeñez de sus vanos, que rítmicamente alineados puntean sus muros. Este estilo "desornamentado" es el elemento característico de El Escorial. Desde el exterior del monasterio se pueden observar la Lonja, los Corredores del Sol y los jardines.
La Fachada Principal: Resulta evidente su forma eclesiástica (con dos órdenes dórico y jónico superpuestos), con sus medias columnas lisas enfatizando el carácter religioso del conjunto.
El Convento: Ocupa la zona occidental del Monasterio. Esta organizada siguiendo un esquema cruciforme, con cuatro brazos que enmarcan cuatro pequeños claustros, llamados Patios Chicos. El centro de la cruz está constituido por un elevado zaguán, verdadera lucerna interior de sobria apariencia y torre enchapitelada al exterior. Daba paso a cuatro salas rectangulares: la cocina, el refectorio, la caja de necesarias y la ropería.
Claustro Principal: Ocupa la zona oriental del convento. Es una estructura de dos pisos con arcos sobre pilares y medias columnas dóricas y jónicas, en correcta superposición de los órdenes clásicos: su configuración parte de los patios romanos renacentistas, pero los supera por su amplitud y horizontalidad. En el centro se halla el célebre templete de los Evangelistas, última obra de Juan de Herrera para el monasterio: el exterior es de granito mientras que el interior está chapado de ricas piedras duras y se presenta como un tholos clásico. Está coronado por una cúpula también de granito. Posee estructura centralizada con planta pseudoctogonal.
El Palacio Privado: Se encuentran rodeando el ábside de la basílica. Se halla conectado visualmente tanto con los exteriores ajardinados como con el altar mayor de la iglesia. Sus habitaciones eran muy sencillas y de moderado tamaño. Su centro es el Patio de Mascarones con tres pandas sobre columnas y arcos en el piso inferior. El cuarto lado del patio queda ciego con dos fuentes en sus muros con surtidores con mascarones, de ahí el nombre.
El Palacio Público: Está situado en la zona oriental del sector norte, estuvo destinado a ser el palacio de la corte. Se organiza en torno a un gran patio similar al claustro principal aunque sustituye las medias columnas por pilastras
Colegio y Seminario: Situados en la zona norte, en un principio fueron ideados como área de servicios, función que sólo permanecería en uno de sus cuatro patios. El seminario y el colegio disponían de cocinas, refectorio, necesarias y dormitorios, añadiéndose las correspondientes aulas para las lecciones y un pasadero utilizado como lugar de recreo.
La Biblioteca: Se halla en la parte central delantera. Es un enorme salón abovedado.Adosadas a sus muros quedan las estanterías de madera bicroma compuestas de columnas dóricas con pedestales, entablamento con triglifos y metopas y bolas de remate.
Patio de los Reyes: Situada en el centro, precede a la basílica. Está compuesta de tenues pilastras asimétricas y al final consta de una escalinata que da paso al templo "sacralizando " de este modo el pavimento elevado de la basílica.
La Basílica: Antes de penetrar en el templo, se accede primero a la capilla pública del sotacoro, capilla funeraria y privada. Se trata de una estructura centralizada, célebre por su planísima bóveda vaída central, y cuya planta repite a menor escala la zona principal. La zona de la basílica propiamente dicha consta de un cuerpo centralizado, de planta cuadrada y ábsides planos, con cúpula central y cuatro bóvedas de cañón, mientras que los espacios de las esquinas se cubren con vaídas. La planta se inspiró en San. Pedro de Roma pero cuadrando sus ábsides curvos. Todas sus bóvedas (de ladrillo) surgen de los muros, horadados en lo alto por un pasadizo que recorre su perímetro interior, y de cuatro grandes pilares ochavados, decorados con parejas de pilastras dóricas. A este bloque central se le añade, longitudinalmente, el sotacoro centralizado y el coro alto a los pies y en la cabecera el sancta sanctorum ancho y poco profundo. La iglesia, de dramática iluminación gracias a su empleo de vanos termales y a la luz cenital de su cúpula. La cúpula es de granito careciendo de revestimiento al exterior. Por primera vez se materializa en España una verdadera cúpula de tambor, más a la manera renacentista que a la romana. La cubrición de la Basílica es de madera (mediante arcadas de ladrillo longitudinales a la bóveda) cubierta con planchas de plomo y teja de pizarra.
Los Museos: Están situados en el centro de la fachada norte y consta de cuatro partes: Sala de San Mauricio, el Museo de Arquitectura, la Galería de Batallas y el Museo de Pintura.
Los Panteones: Se divide en el de los Reyes(s. XVII, barroco, 1 sala) y el de los Infantes(s. XIX, ecléctico, 8 salas).
Panteón de los Reyes: Consta de una cámara circular cubierta con media naranja y cuya circunferencia se segmenta en ocho tramos. Originalmente era de granito pero Felipe III la ordenó revestir de mármoles y bronces.
Panteón de Infantes: Se construyó por iniciativa de Isabel II. El estilo del conjunto da lugar a formas nuevas de pesadez verdaderamente sepulcral. La fría riqueza del material, su colorido y el interés histórico forman su atractivo.
La Casita del Infante: También llamada de Arriba, construida por Juan de Villanueva entre 1771 y 1773. Destaca su noble arquitectura jónica se integra en un jardín aterrazado, a la italiana.
La Casita del Príncipe: También denominada de Abajo, construida al mismo tiempo de la anterior y ampliada entre 1781 y 1784. Además de la mayor envergadura del proyecto, esta casa aventaja a la del Infante en la mejor conservación de su decoración interior.


el barroco en España


Las circunstancias históricas que enmarcan el desarrollo del Barroco en España son:

1. España, de la mano de la Monarquía Hispánica de los Habsburgo, es el paladín de la Contrarreforma Católica derivada del Concilio de Trento.

2. La crisis económica y la decadencia política de la Monarquía Hispánica en Europa, quiebran el espejismo del Imperio y los afanes de gran potencia. La Paz de Westfalia (1648) y el Tratado de Utrecht (1712), tras la Guerra de Sucesión, marcan el devenir histórico de nuestro país. Esta decadencia política, no obstante, no impide el florecimiento de las artes y la cultura.

3. El poder que la Iglesia Católica alcanza en España y la expansión de la religión en el marco del Imperio Americano, determinarán su extraordinaria difusión geográfica. Los modelos barrocos españoles, a los que se suman las raices e influencias indígenas, se difunden por América.

4. La inacabada centralización política del siglo XVII favorecerá el desarrollo de variedades regionales dentro del país, aunque siempre dentro del marco estético y del espíritu barroco.

5. La temática será, por tanto, decididamente religiosa y fiel a las consignas propagandísticas de la Iglesia católica. Los temas profanos están, salvo alguna excepción, excluidos del patrocinio y mecenazgo de la Iglesia o la aristocracia.

6. El arte será utilizado como argumento de convicción y persuasión del poder católico, ya sea civil o religioso. La monarquía, al igual que el clero católico, se emplean a fondo en este uso persuasivo de las artes plásticas o de la arquitectura.

7. El arte se dirige, sobre todo, a la sensación, a lo emocional antes que a la razón. Es por esta razón que en nuestro país se alcanzan altas cotas de dramatismo y teatralidad.


8. La decadencia material contrasta con el esplendor cultural y artístico. El siglo de hierro en lo económico se opone a la riqueza del llamado “Siglo de Oro” de la cultura española, que abarcó todo el siglo XVII.

martes, 1 de junio de 2010

carlos II


Rey de España, último de la Casa de Habsburgo (Madrid, 1661-1700). Hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria, heredó el Trono al morir su padre en 1665, permaneciendo bajo la regencia de su madre hasta que alcanzó la mayoría de edad en 1675. Parece ser que los sucesivos matrimonios consanguíneos de la familia real produjeron tal degeneración que Carlos creció raquítico, enfermizo y de corta inteligencia, además de impotente, lo que acarreó un grave conflicto sucesorio, al morir sin descendencia y extinguirse así la rama española de la Casa.
Carlos recibió el Trono en una situación turbulenta, marcada por las luchas por el poder entre doña Mariana, Juan José de Austria (hijo bastardo de Felipe IV), Valenzuela y Nithard. Apoyándose en la nobleza, don Juan José marchó sobre Madrid y tomó el poder en 1677, pero murió tan sólo dos años después.
Como Carlos era incapaz de gobernar por sí mismo, siguió confiando el poder a validos como el duque de Medinaceli (1680-85), el conde de Oropesa (1685-91 y 1695-99) y el cardenal Fernández de Portocarrero (1699-1700). Durante este tiempo se arreglaron dos matrimonios sucesivos para el rey, con María Luisa de Orléans (muerta en 1689) y con Mariana de Neoburgo; la desesperación de la corte por no lograr descendencia para continuar la dinastía, llevó a intentar incluso someter al rey a exorcismos, por si fuera cierto que estaba hechizado.
Al verse cada vez más claro que el rey moriría sin descendencia, las potencias europeas empezaron a tomar posiciones para aprovechar el vacío de poder que ello crearía: Austria defendía los derechos sucesorios del archiduque Carlos (el futuro emperador Carlos VI) para intentar recuperar la herencia de los Habsburgo y evitar cualquier tentación hegemónica de Francia.

Pero Luis XIV de Francia maniobró hábilmente para impedir la reedición del imperio de Carlos I y convertir a España en un territorio satélite; por la Paz de Ryswick, de 1697, hizo a España concesiones que, con el apoyo de influyentes personajes de la corte madrileña, moverían a Carlos a designar heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV (dos testamentos anteriores en favor de José Fernando de Baviera quedaron sin efecto al morir aquél en 1699).
Tras la muerte de Carlos se produjo una larga Guerra de Sucesión (1701-14) que enfrentó a los partidarios del archiduque (apoyado por Austria, Inglaterra, Portugal, Holanda, Prusia, Saboya y Hannover) contra los de Felipe de Anjou que, apoyado por Francia, consiguió imponerse como rey de España bajo el nombre de Felipe V, instaurando en el Trono español una rama de la Casa de Borbón.
La debilidad del poder real durante la época de Carlos II y la incapacidad del propio monarca fueron a la vez causa y expresión de la decadencia de la Monarquía de los Austrias en España. Las guerras sostenidas contra Francia se saldaron con sucesivas derrotas: cesión del Franco Condado por la Paz de Nimega (1678), pérdida de Luxemburgo por la Tregua de Ratisbona (1684), invasión francesa de Cataluña (1691)…
La Paz de Utrecht (1713), que puso fin a la Guerra de Sucesión, puede considerarse como la culminación de esa decadencia, pues, a cambio de permitir la instauración de un Borbón en el Trono de España, austriacos e ingleses exigieron compensaciones territoriales a costa de España, que perdió sus posesiones en los Países Bajos e Italia (que pasaron a Austria), Gibraltar y Menorca (a Inglaterra).

lunes, 31 de mayo de 2010

Felipe IV


(Valladolid, 1605-Madrid, 1665) Rey de España (1621-1665). Hijo y sucesor de Felipe III. Al igual que su padre, cedió los asuntos de Estado a validos, entre los que destacó Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española en Europa. Para ello puso en marcha todos los recursos de Castilla y solicitó la contribución de los demás reinos de la monarquía (Unión de Armas, 1624), a pesar de vulnerar así sus privilegios.
Finalizada la tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621), se reanudó la guerra que, tras el sitio y rendición de Breda por Antonio de Spínola (1624-1625), se alargó sin éxitos contundentes de ningún bando. Paralelamente, los tercios españoles luchaban en Alemania en apoyo de los Habsburgo austríacos (guerra de los Treinta Años) y en Italia (guerra de Sucesión de Mantua, 1629-1631), donde se hizo evidente la rivalidad entre España y Francia. Por otro lado, la ascensión al trono inglés de Carlos I provocó la reanudación de hostilidades entre España e Inglaterra (ataque inglés a Cádiz, 1625).
La victoria española frente a los suecos en Nördlingen (1634) pareció anunciar un triunfo definitivo de los Habsburgo en Alemania, lo que motivó la inmediata intervención de Francia, que declaró la guerra a España (1635). El cardenal-infante don Fernando, hermano de Felipe IV, estuvo a las puertas de París (1636), pero se retiró por escasez de recursos. Francia tomó entonces la iniciativa y, en 1638-1639, los ejércitos franceses ocuparon el Rosellón, mientras que la escuadra holandesa del almirante Tromp derrotaba a la española en las Dunas (1639).
Olivares, en un agónico intento de ganar la guerra, obligó a Portugal y a los reinos de la Corona de Aragón a contribuir a los gastos de la contienda, sin respetar los privilegios de dichas provincias de la monarquía. Por este motivo, en 1640, el principado de Cataluña se rebeló contra Felipe IV, al igual que Portugal. El fracaso de las tropas que debían sofocar las rebeliones en 1643, motivó la caída de Olivares y su sustitución por Luis de Haro. Por el Tratado de Westfalia, España reconocía la independencia de las Provincias Unidas. Por la Paz de los Pirineos (1659) se cedía el Rosellón, parte de la Cerdaña y de los Países Bajos a Francia.
En el orden interno, a pesar de seguir una política reformista, la monarquía española de Felipe IV se vio envuelta en una recesión económica que afectó toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de juros y cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc.; todo con tal de generar nuevos recursos que pudiesen paliar la crisis económica.

Felipe III de España


Rey de España y Portugal (Madrid, 1578-1621). Era hijo de Felipe II, a quien sucedió en 1598. Aficionado al teatro, a la pintura y -sobre todo- a la caza, delegó los asuntos de gobierno en manos de su valido, el duque de Lerma; por influencia de éste, la corte española se trasladó temporalmente a Valladolid (1601), volviendo luego a su sede de Madrid (1606). Al morir Lerma en 1619, le sucedió en el valimiento su hijo, el duque de Uceda, si bien el rey impidió que alcanzara un poder tan ilimitado como había tenido su padre.
A lo largo del reinado se sucedieron las reformas institucionales para solucionar los problemas de corrupción e inoperancia que aquejaban a la administración de la Monarquía: aparte de los cambios introducidos en el tradicional sistema de Consejos, se extendió cada vez más el recurso a las Juntas, órganos destinados a mermar el poder de aquéllos en favor de un gobierno más ágil y coherente, pero que no produjeron el resultado apetecido (Junta de Guerra de Indias, Junta de Desempeño, Junta de Hacienda de Portugal…).
Los problemas financieros, que se arrastraban desde el reinado anterior, hicieron al rey dependiente de las Cortes, a las que hubo de reunir con más frecuencia que sus antecesores para que le otorgaran los recursos imprescindibles para mantener la acción exterior de la Monarquía (servicios de millones). Por último, en la política interior de Felipe III hay que destacar la expulsión de los moriscos (1610), que liquidó el problema creado en tiempos de Felipe II, al esparcir por toda la Península a los musulmanes granadinos derrotados en la Guerra de las Alpujarras; dicha expulsión tuvo efectos económicos muy negativos.
Con Felipe III se inicia la serie de los llamados «Austrias menores», monarcas de la Casa de Habsburgo en el siglo XVII, bajo los cuales se produjo la decadencia del poderío español en Europa. Los inicios del reinado se caracterizaron por una línea pacifista, obligada por las dificultades financieras: en 1604 se firmó la Paz de Londres con Inglaterra; en 1609 la Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas de los Países Bajos; la paz con Francia, que Felipe II había concertado en sus últimos momentos (Vervins, 1598) quedó consolidada en 1615, mediante sendos matrimonios del rey francés con una infanta española y del príncipe heredero de España (el futuro Felipe IV) con una infanta francesa; y los éxitos militares conseguidos en el norte de Italia parecieron abrir también allí un periodo de tranquilidad (Convenio de Pavía, 1617).
Esa situación se rompió cuando los conflictos internos de los Habsburgo arrastraron a toda Europa a la Guerra de los Treinta Años (1618-48). Iniciada a propósito del enfrentamiento entre católicos y protestantes en Bohemia, la primera fase de la guerra (la correspondiente al reinado de Felipe III) enfrentó a España, aliada de Austria y de Baviera (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Liga Católica), contra los protestantes bohemios apoyados por el Palatinado (que encabezaba a los príncipes alemanes de la Unión Protestante).
La victoria de las tropas españolas mandadas por Spínola en el Palatinado, y de las tropas de la Liga mandadas por Tilly en Bohemia, saldó esta primera fase en beneficio de los intereses españoles; pero la guerra se reanudaría en el reinado de Felipe IV en un sentido mucho menos favorable.

viernes, 28 de mayo de 2010

FELIPE II


Rey de España y Portugal (Valladolid, 1527 - El Escorial, 1598). Era hijo de Carlos I y de Isabel de Portugal. Durante el reinado de su padre había asumido en varias ocasiones las funciones de gobierno -bajo la tutela de un Consejo de Regencia-, por ausencia del emperador, absorbido por los conflictos de los Países Bajos (1539) y Alemania (1543). En 1554 Carlos I abdicó en él Nápoles y Milán, al tiempo que la boda con María Tudor le convertía en rey consorte de Inglaterra; las abdicaciones del emperador se completaron con la entrega a Felipe de los Países Bajos, Sicilia (1555), Castilla y Aragón (1556). Austria y el Imperio fueron entregados al tío de Felipe, Fernando, quedando separadas las ramas alemana y española de la Casa de Habsburgo.
Felipe II modernizó y reforzó la administración de la Monarquía Hispana, apartándola de las tradiciones medievales y de las aspiraciones de dominio universal que había representado la Monarquía Católica de su padre. Los órganos de justicia y de gobierno sufrieron notables reformas, al tiempo que la corte se hacía sedentaria (capitalidad de Madrid, 1560). Desarrolló una burocracia centralizada, sobre la cual ejercía una supervisión directa y personal de los asuntos.
En política exterior, el reinado de Felipe II se inició con la liberación de la Corona de las responsabilidades imperiales (1556), el abandono del proyecto de unión con Inglaterra por la muerte de María Tudor (1558) y las victorias militares de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558), que pacificaron temporalmente el recurrente conflicto con Francia (Paz de Cateâu Cambrésis, 1559).
En consecuencia, Felipe II pudo orientar su política hacia el Mediterráneo, encabezando la empresa de frenar el poderío islámico representado por el Imperio Turco; esta empresa tenía tintes de cruzada religiosa, pero también una lectura de política interior, pues Felipe hubo de reprimir una rebelión de los moriscos de Granada (1568-71), musulmanes de sus propios reinos que habían apelado al auxilio turco. Para conjurar el peligro formó Felipe la Liga Santa, en la que se unieron a España Génova, Venecia y el Papado. La resonante victoria que obtuvieron sobre los turcos en la batalla naval de Lepanto (1571) quedó reafirmada en los años posteriores con las expediciones al norte de África.
A finales de la década de 1570, distraída la atención de los turcos por la presión persa en el este, disminuyó la tensión en el Mediterráneo. Ello permitió a Felipe reorientar su política hacia el Atlántico, para atender a la grave situación creada por la sublevación de los Países Bajos contra el dominio español, alentada por los protestantes desde 1568; a pesar del esfuerzo militar que dirigieron, sucesivamente, el duque de Alba, Requeséns, don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, las provincias del norte de los Países Bajos se declararon independientes en 1581 y ya nunca serían recuperadas por España.
La orientación atlántica de la Monarquía se acrecentó en 1581, al incorporar el reino de Portugal, aprovechando una crisis sucesoria en la que Felipe II hizo valer sus derechos al Trono mediante la invasión del país, que le convirtió en Felipe I de Portugal. En aquel momento alcanzó la Monarquía su mayor expansión territorial, añadiendo a sus dominios europeos las colonias españolas y portuguesas en América, África, Asia y Oceanía, hasta constituir un imperio en el que «no se ponía el sol».
Aprovechando las guerras de religión, Felipe se permitió también intervenir en 1584-90 en la disputa sucesoria francesa, apoyando al bando católico frente a los protestantes de Enrique de Navarra (el futuro Enrique IV), circunstancia que aprovechó para intentar sin éxito poner en el Trono francés a su hija Isabel Clara Eugenia (nacida del tercer matrimonio de Felipe, con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois).
La mayor presencia española en el Atlántico acrecentó la tensión con Inglaterra, manifestada en el apoyo inglés a los rebeldes protestantes de los Países Bajos, el apoyo español a los católicos ingleses y las agresiones de los corsarios ingleses contra el imperio colonial español (protagonizadas por Drake); todo ello condujo a Felipe a planear la invasión de la isla por la Armada Invencible, empresa que fracasó estrepitosamente en 1588, iniciando el declive del poderío español en Europa. Coincidió éste con la vejez y enfermedad de Felipe II, cada vez más retirado en el palacio-monasterio de El Escorial, que había hecho construir en 1563-84.
Al morir le sucedió Felipe III, hijo de su cuarto matrimonio (con Ana de Austria); el primer heredero varón que tuvo (el incapaz príncipe Carlos, hijo de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal) había muerto muy joven encerrado en el Alcázar de Madrid y, según la «leyenda negra» que alentaban los enemigos de Felipe II, por instigación de su padre.

CARLOS I DE ESPAÑA Y V DE ALEMANIA


(Gante, actual Bélgica, 1500-Yuste, España, 1558) Rey de España (1516-1556) y emperador de Alemania (1519-1556). Hijo de Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, y de Juana la Loca, reina de Castilla. Merced al complejo proceso de herencias derivado de las alianzas dinásticas de la casa de Austria, por un lado, y de los Reyes Católicos, por otro, se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo. Los territorios bajo su soberanía comprendían: Luxemburgo, los Países Bajos, Artois y el Franco Condado, recibidos en 1506, a la muerte de su padre; Navarra, Aragón, Castilla, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y las colonias españolas de América, heredados a la muerte de su abuelo Fernando de Aragón, en 1516; finalmente, las posesiones germanas de los Habsburgo que le legó su abuelo Maximiliano, en 1519. A partir de su coronación como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, consagró su vida a la construcción de una «monarquía universal» y cristiana, lo cual implicaba el enfrentamiento con la Reforma luterana en el interior de sus propios territorios germanos, al tiempo que la lucha contra el Imperio Otomano. Carlos instaló su corte en España, desde donde inició la primera de su larga serie de campañas, en este caso contra Francisco I de Francia –el último baluarte en Europa frente a la hegemonía de la casa de los Habsburgo que él representaba–, a quien venció en Bicoca (1522) y en Pavía (1525). Sin embargo, el monarca francés, aliado con los príncipes italianos independientes y el papa Clemente VII, volvió a romper las hostilidades y obligó a las tropas imperiales a marchar sobre Roma, ciudad que saquearon en 1527. La paz de Cambrai, firmada dos años más tarde, por la que Carlos I se aseguraba el control sobre Italia, pero que entregaba a Francia el ducado de Borgoña, no representó sino una corta tregua. Los príncipes protestantes alemanes, que habían rechazado la Dieta de Augsburgo (1530), por la que el emperador intentó restaurar de forma pactada la unidad religiosa del continente, formaron la Liga de Smalkalda y, en alianza con Francisco I, aliado a su vez del turco Solimán, reanudaron la guerra en 1532. El conflicto se prolongó doce años, al cabo de los cuales se firmó la paz de Crépy, por la que se obligó a Francia a romper sus lazos con los otomanos. Mientras tanto, el problema religioso planteado por los luteranos se había agravado, pese a la actitud conciliadora de Carlos, quien por último se vio obligado a lanzar sus tropas contra los príncipes alemanes, a los que derrotó en Mühlberg (1547). Enrique II, sucesor de Francisco I en el trono francés, acudió entonces en ayuda de aquéllos y, tras ocupar Metz, Toul y Verdún, impuso en 1555 la paz de Augsburgo, por la que el emperador aceptó la libertad religiosa. La política imperial también fue, al principio, motivo de conflictos en España, donde la pequeña nobleza y la burguesía inspiraron, entre 1519 y 1523, los levantamientos de las Comunidades de Castilla y de las Germanías de Valencia y Mallorca, movimientos cuya derrota benefició a la aristocracia terrateniente. Sin embargo, la ampliación de los mercados y la incorporación de nuevos productos llegados de los territorios de América propiciaron una fase de prosperidad económica, al tiempo que se modernizaban las instituciones del Estado. Esta circunstancia –no obstante los problemas estructurales que originarían más adelante la ruina del reino español–, junto con la identificación de la mayoría de los súbditos españoles con los fundamentos religiosos de las guerras imperiales, tanto contra los protestantes como contra los otomanos, determinó que Carlos I tuviera a España como el centro de su imperio. Por ello, en 1556, enfermo de gota y consciente de la imposibilidad de conseguir sus objetivos de unidad imperial, abdicó en favor de su hijo Felipe II, a quien dejó las «posesiones españolas», y de su hermano Fernando, a quien redió los «dominios imperiales germánicos», y se retiró a la paz del monasterio extremeño de Yuste, donde falleció dos años más tarde.